Ibidem,pagg.79-88
Un tiempo favorable para volver a empezar
- Nuestro tiempo está atravesado por un muy fuerte deseo de volver a empezar. Todos nos damos cuenta, sea a nivel de nuestras existencias personales que a nivel histórico y planetario, que hemos llegado a un punto crítico decisivo, de cambio, de necesaria revisión radical. Muchas ideas, costumbres, formas de identidad, lenguajes, costumbres mentales y conductuales del pasado, en efecto, no se sostienen más, parecen completamente agotados, y producen, por lo tanto, situaciones insostenibles. Por consiguiente la insostenibilidad se convierte en la categoría general para calificar la naturaleza de nuestro tiempo. Una insostenibilidad no solamente ecológica o debida a los desequilibrios económicos entre Norte y Sur del mundo; sino también psicológica, ya bajada hasta lo hondo de nuestras vidas cotidianas, en nuestros horarios de trabajo, en nuestros ritmos urbanos cada vez más patológicos. Esta insostenibilidad global creciente indíca, como un termómetro, la gravedad de nuestra enfermedad y la urgencia de encontrar una cura, una terapia para el hombre y para el mundo. Estamos, en otras palabras, cada vez peor con nosotros mismos y con los demas, con nuestro entorno natural, con el cielo y con la tierra, y tenemos, por lo tanto, urgente necesidad de experimentar relaciones interiores, personales, pero también histórico-culturales, políticas, y hasta cósmicas nuevas y creadoras de vida. Esta nueva modalidad relacional que nos apremia en nosotros para dar un nuevo comienzo a nuestras existencias y un nuevo impulso proyectivo a la historia del planeta, la llamaremos darse paz. Necesitamos todos de darnos paz, de recibirla y de cuidarla dentro de nosotros mismos, de concedernosla una buena vez, y así también de poderla intercambiarla reciprocamente, de darnosla los unos a los otros. Ésta es la única atención que cada uno de nosotros y el mundo en su totalidad tiene urgente necesidad.
- La percepción de encontrarnos en un momento singular de la historia, en el cual una entera civilización, hasta una figuración antropológico-cultural total llega a la misma consumición, y se asoma casi a ciegas hacia una trans-figuración del rostro de la humanidad; esta conciencia escatológica de vivir en un umbral final/inicial de los tiempos, atraviesa por otro lado con acentos diferentes, pero concordemente, todo el siglo XX. Jung como Einstein, Heidegger como Ungaretti, Freud como Bonhoeffer, S. Weil como Teilhard de Chardin, Juan XXIII como Juan Pablo II nos repiten que nos encontramos efectivamente en un punto crucial del hecho histórico de la humanidad, en el cual una cierta manera de ser hombres, es decir la modalidad autodefensiva y bélica de nuestra subjetividad, aquella opinión de ser algo, (un “yo”, un pueblo, una religión etc.), justamente separándose y oponiéndose a los otros, está exfoliando en las tragedias de las guerras mundiales, interiores y planetarias, que de todo modo produce; mientras la nueva humanidad recién naciente a dura pena intenta reconocerse y desarrollarse adecuadamente. Escribió a tal fin Martin Heidegger alrededor de los años ‘50 del siglo pasado”: La época a la que le falta el fundamento cuelga en el abismo. Suponiendo que, generalmente, esta época todavía tenga la posibilidad de un cambio, éste podrá tener lugar solo si el mundo se vuelca de pie a cabeza, es decir si se vuelca a partir del abismo.” Más o menos en los mismos años el teólogo católico Romano Guardini aclarò”: Con absoluta certeza se puede decir que de ahora en adelante empieza una nueva era de la historia. De ahora en adelante y para siempre el hombre vivirá a los márgenes de un peligro que amenaza toda su existencia y continuamente crece.” Pero luego Guardini también nos dice que esta comparación con los “peligros extremos” también nos abre a las “posibilidades más altas” de nuestra humanidad.
Utilizando las categorías del discurso que hemos hecho hasta ahora, podríamos decir que la construcción de la paz, a la cual estamos llamados se está convirtiéndo en una evidente necesidad de sobrevivencia. No es más solamente una exigencia moral o espiritual, sino una urgencia biológica, psicológica, ecológica. Y es justo esta evidencia histórico-concreta de la necesidad de un profundo volver a empezar antropológico que determina el apocalipsis radicalmente oportuno de este nuestro momento extremo.
Más escucha, más encarnación, más paz
- Ahora, contribuir a la emersión de una humanidad más apaciguada interiormente, y por lo tanto por de veras pacificadora, significa trabajar ante todo a la transformación de nuestras aptitudes interiores fundamentales, es decir, transformar nuestro modo de pensar, de querer, de sentir, modificar a la raíz nuestra “forma mentis”, nuestra manera total de ser un “YO” humano. Esta revolución del ser del hombre que nos transforma lentamente de productores de guerra y de separación en auténticos constructores de paz, nosotros cristianos la llamamos “metanoia” (conversión), y la conectamos indisolublemente a la modalidad que el Evangelio nos enseña de ponernos a la escucha de la Palabra creadora de Dios, y por lo tanto de nosotros mismos, de los demás y del mundo, (naturaleza e historia). Es decir: Metanoia y escucha son estrechamente conjugadas entre ellos.
El ser humano como tal podría de otro lado definirse justamente él ser que escucha, ya que desde el regazo materno recibe el sentido de si mismo y la comprensión del mundo que lo rodea por las relaciones concretas, las emociones y los discursos, de la madre y de su entorno, es decir específicamente escuchando a los otros. Además, en el horizonte de la fe cristiana, el ser humano es transformado y sanado escuchando una Palabra divina que, acogida justamente en una escucha cada vez más íntima e integral, se hace carne, existencia, nueva humanidad. Es decir, escuchando la Palabra que se encarna engendramos nuestro YO humano libre y divinizado, según el icono de la Anunciación: María, escuchando, se hace madre del Salvador; concibe al hombre de Paz a través de la escucha, como dijeron los medioevales: “ conceptio por aurem”. Escuchando el Cristo que se encarna en nosotros nos renovamos en el espíritu de nuestra mente y revestimos así al hombre nuevo creado según Dios en la justicia y en la santidad verdadera”(Efesini 4,20-24), Más el Hijo nace en mí y crece por mi escucha procreadora, y más yo comprendo y me vuelvo yo mismo, soy revelado y transfigurado en mi humanidad. Es decir: Existe una procesualidad sea personal que histórico-colectiva, en la procreación de la nueva humanidad, precisamente una historia de la salvación, a lo largo de la cual el Verbo de Dios se encarna cada vez más profundamente en nosotros, profundizando, escarvando cada vez más los canales de nuestra escucha. Y es justamente a lo largo de esta historia que nos encontramos en un umbral nuevo de volver a empezar, de tal manera que el Papa desde hace tiempo habla de una real re-evangelización. Estamos llamados por lo tanto a escuchar, (y por lo tanto a encarnar), más profundamente la Palabra de Dios para conocer y llegar a ser más cumplidamente quiénes somos, y para podernos así relacionar de una manera inédita y pacífica a los otros.
Pues, para concluir esta primera parte de nuestra reflexión, podríamos decir que escuchar la Palabra que se encarna, escuchar/conocer a si mismos y escuchar/relacionarnos con los demás son tres modalidades existenciales indisolublemente conectadas entre sí, que piden hoy todas juntas un salto de profundización. Y, puesto que la escucha es una relación que se alimenta esencialmente de simpatía, de compasión, y en el fondo de amor, el umbral que nos aprestamos a atravesar es aquel de un amor más maduro hacia Dios, hacia nosotros mismos, y hacia nuestro prójimo. He aquí, entonces, que también se ilumina el sentido del título de nuestro encuentro: Escuchar para servir: deseamos de veras desarrollar el arte de nuestra escucha a todos los niveles para hacernos instrumentos más eficaces de curación y pacificación, y corresponder así a las empinadas pero a entusiasmantes, exigencias de nuestro tiempo.
Escucharse para transformarse:
autoconocimento psicológico e iniciación cristiana
- Ahora, en mi opinión, este salto de profundización de la escucha (amor/aceptación) de Dios, de si mismo, y de los otros, que es, en fin, esencialmente un salto de conocimiento, en el sentido bíblico e integral del término, puede favorecerse de algunos instrumentos que la cultura del 900 ha elaborado en ámbito psicológico, pero también filosófico y poético, y hasta científico. Estos instrumentos pueden ayudarnos a averiguar más concretamente el proceso de nuestra metanoia pacificante y pacificadora. Esta conjugación entre el itinerario iniciático y sacramental tradicional de la Iglesia y los nuevos conocimientos desarrollados por las culturas de la modernidad, constituye justamente uno de los aspectos de la novedad de este momento histórico(destinale ), una direción que va en el sentido de una más radical encarnación y humanización de las palabras de la fe. Sobre la importancia en particular de la conjugación entre camino espiritual y autoconocimiento psicológico, los pronunciamientos de la Iglesia son cada vez más numerosos a partir de las aberturas conciliares, (Cfr. Gaudium et spes n.62b), hasta el Directorio General por la Catequesis (1997), que le pide al catequista conocer “los dinamismos psicológicos que mueven el hombre, la estructura de la personalidad, las necesidades y las aspiraciones más profundas del corazón humano, la psicología evolutiva y las etapas del ciclo vital humano, la psicología religiosa y las experiencias que abren el hombre al misterio de lo sagrado“(n.242). Aquí nosotros nos limitaremos a señalar brevemente a como el autoconocimiento psicológico, entendido como forma de escucha de si mismo, pueda actuar en sinergia con nuestra escucha espiritual, con la escucha de la Palabra que se encarna, y colaborar a reavivar y a profundizar nuestro itinerario de conversión. Destacaremos el proceso autoconocitivo en tres momentos que en realidad se suceden continuamente en nuestra experiencia transformativa en formas nunca tan lineales, sino más bien como a lo largo de una espiral que a menudo vuelve sobre los mismos puntos doloridos, pero a niveles cada vez más profundos y radicales.
- Reconocer nuestras máscaras y nuestras defensas.
Cuando empezamos a mirar dentro de nosotros mismos, también utilizando los instrumentos que la búsqueda psicológica nos ofrece, y así aprendemos a observarnos no sólo en nuestros comportamientos, sino también en la formulación de nuestros pensamientos y en el sublevarse en nosotros de las muchas emociones, descubrimos que muy a menudo nosotros no somos nosotros mismos, pero actuamos de manera falsa y forzada. La investigación introspectiva nos enseña que en múltiples ocasiones nosotros revestimos, además muy a menudo sin tampoco darnos cuenta, una especie de máscara que se ha ido formando en nosotros desde la primera infancia como un tipo de estrategia defensiva que seguimos practicando. Este sutíl y a menudo inconsciente, disfraz posee dos aspectos fuertemente negativos: ante todo, ello es el manantial primario de nuestra inautenticidad, y además fomenta todo tipo de conflicto: el yo en guerra con él mismo no puede que producir guerra alrededor de si mismo.
Un buen trabajo de escucha de si y de autobservación, puesto en obra en esta dirección, y ayudado por la solidaridad de una persona más experta y posiblemente de un grupo, puede ayudarnos enormemente a liberarnos de muchas estructuras interiores de falso perfeccionismo, de muchos sentimientos de culpas neuroticos, de muchos falsas condescendencias y falsas ternuras y empujes rebeldes, que continúan a arruinar nuestras existencias y a envenenar nuestras relaciones. Con el tiempo siempre comprendemos mejor las causas remotas de estos nuestros disfraces defensivos, redescubrimos emotivamente las antiguas heridas infantiles que las produjeron, y reconocemos los terribles efectos que han tenido a lo largo de toda nuestra existencia. Comprendemos que forzándonos y violandonos sólo hemos conseguido insatisfacciones y fracasos, creando alrededor de nosotros continuos conflictos y mayor sufrimiento, movidos, a lo mejor, de las mejores intenciones. El examen de conciencia se hace así mucho más profundo, llegamos a ver nuestras sutiles y ramificadas distorsiones justamente ahì donde nos ilusionamos de cultivar la parte mejor de nosotros mismos. Descubrimos, a veces con desaliento, pero luego con nuevo sentido de liberación en la verdad, que todas las relaciones que construimos sobre la base de estas estrategias defensivas son en realidad guerras disfrazadas, alimentadas de un odio que aprendiò a lo mejor a revestirse de cortesía formal o de frio respeto de las reglas. Descubrimos en otras palabras que si no escuchamos hasta el final a nosotros mismos, es decir, si no aprendemos a aceptarnos y a querernos así imperfectos como somos, y por lo tanto seguimos disfrazándonos, rechazamos escuchar y comprender a todos los que encontramos: de la misma manera en que escucho (acepto/amo) a mi mismo, escucharé (aceptaré/amaré) a los otros. Todo eso resulta extraordinariamente evidente en la autobservación psicológica espiritualmente iluminada, y nos empuja por lo tanto a conversiones cada vez más radicales.
- La comparación con nuestra sombra: hostilidad y miedo
En el proceso de autoconoscimento descubrimos luego que cada vez que en nosotros se acciona el antiguo programa de disfraz defensivo, es decir, cada vez que forzamos nuestra verdadera naturaleza, fingiéndonos condescendientes, destacados, superiores u otro, acumulamos dentro de nosotros fuertes cargas de hostilidad, de resentimiento, de rabia, o de real odio. En el itinerario de la escucha de nosotros mismos siempre encontramos bien conectados, como dos caras de la misma medalla, nuestra máscara y nuestra sombra, que la debemos también aprender a escuchar sin demasiada vergüenza o miedo. De esta manera se manifiesta cuánto odio, en realidad, y cuanto resentimiento hemos acumulado tras nuestras actitudes de ternura o tolerancia. Este continuo trabajo para escuchar, es decir de hacer surgir, reconocer, aceptar, y por fin tomar en cuenta, toda la rabia, el miedo, la vergüenza, el odio y el consiguiente sentido de culpa, que hemos acumulado adentro desde niños, a causa de heridas de nuestro amor que hemos soportado y a lo mejor removido, es una purificación fundamental, por la que nos libramos de antiguas y terribles infecciones espirituales. Paradójicamente más lograré reconocer todo el miedo que hay en mí, y más me haré realmente valiente; más reconoceré humildemente todo el odio que me habita, y más aprenderé a amar sin esfuerzos de perfeccionismo y fariseismo. En el fondo es el comienzo mismo de la confesión, en la que solamente somos perdonados de lo que reconocemos como error y distorsión.
Además la escucha terapéutica, y por lo tanto no enjuiciadora de nuestras negatividad, es el presupuesto indispensable para que yo pueda acoger luego y también escuchar el otro en sus límites y en sus negatividad sin enseguida condenarlo. Sólo así nos volvemos testigos creíbles y eficaces del perdón y la curación que viene de Dios.
- Tras mis tinieblas el Cristo me da la paz
qué a mi vez ofreceré a los otros
Es justamente esta continua y muy paciente escucha, reconocimiento y cruce sea de mis rigideces egoicas, (es decir de mis disfraces defensivos), que de mis emociones destructivas internas, (es decir de mis sombras más negras), que me permite entrar cada vez más intensamente en contacto con el corazón de mi verdadero ser, con aquel amor original que está en mí, y que quiere llegar a ser todo mi ser. En términos cristológicos: el Cristo que vive en mí y que crece y se fortalece gracias a la vida sacramental de la Iglesia, sólo puede curar las heridas que yo le ofrezco, es decir de aquellas de las que me vuelvo poco a poco consciente. Por lo tanto más reconoceré mis distorsiones, y más seré liberado de ello, curado, perdonado; y más seré curado de mis lepras y de mis cegueras, y más integralmente experimentaré la verdadera libertad de mi ser hijo de Dios, que me permitirá liberar y perdonar a los otros, de escucharlos con verdadero amor, de darle la paz, y por lo tanto de servirlos como Jesús nos sirve y nos enseña a servir.
Este camino que profundiza a un nuevo nivel el misterio de nuestro nacimiento de lo alto nos transforma pues lentamente en personas que concretamente se dan la paz: personas que reciben a cada instante, por las mismas tinieblas aclaradas, la paz de lo Renacido, y la reciben como su verdadero ser: el orden de su verdadera vida, y que luego aprenden a intercambiarsela reciprocamente, dejando que crezca en ellos, y entre de ellos, y en el mundo como orden divino-humano, Reino de Dios. El proceso de transformación personal se vuelve así como el dínamo de una transformación histórico-colectiva, la fuerza de aquel nuevo principio que comprime como exigencia de una inédita y de veras global cultura de la paz.
Esquema del trabajo de grupo del día 14 de julio
Horas 11-12.30
Breve autopresentación de los participantes en los distintos grupos
Impresiones y preguntas sobre la relación escuchada
Momento de silencio y concentración por luego contestar por escrito a las siguientes preguntas:
¿Cuándo logramos relatarnos en el modo mejor a los otros, a intercambiar algo de esencial? ¿En cuáles circunstancias, con cuál estado de ánimo logramos donar y recibir escucha y cariño en el modo más fluido y agradable?
¿Cuándo al contrario encontramos las mayores dificultades? ¿Y como reaccionamos cuándo somos molestados o irritados? ¿Tendemos a disfrazarnos, a aparentar amabilidad y a acumular rencor?
Se propone de comprender cuánto a menudo nuestros conflictos sean determinados por nuestras tensiones interiores, de nuestros pretendidos perfeccionismos hacia nosotros y respecto a los otros, enseñando como la paz interior, nacida de la autoaceptación y del contacto con la misericordia de Dios, nos permiten mayor disponibilidad y escucha hacia las personas que encontramos.
Horas 15.30-16.30
Continúa el compartir apenas empezado en los grupos.
Horas 17-18
En asamblea preguntas e intervenciones alrededor de la cuestión:
¿Qué he aprendido de todo el trabajo de hoy?